La carne de cerdo es parte esencial de una dieta sana, variada y sustentable. Su sistema de producción cuando es respetuoso de la diversidad y los ecosistemas es de bajo impacto ambiental y contribuye a la seguridad alimentaria. Además, es un integrante esencial en la cultura mexicana y en la economía nacional, donde aporta una tercera parte de la proteína de origen animal, al transformar insumos agrícolas de bajo costo en productos de alta calidad, generando así riqueza y empleos de alto valor a nivel local, e impulsando el nivel tecnológico del Agro Mexicano. Hoy más que nunca, el consumo de carne de cerdo es extremadamente relevante para la salud de los mexicanos, a quienes les aporta, no solo proteínas de alta calidad, si no nutrientes esenciales de alta digestibilidad (aminoácidos, grasas, vitaminas hidro y liposolubles, minerales, etc.) que ayudan a activar el metabolismo (Burd, 2017) y controlar el consumo total de energía, aumentando la sensación de saciedad, protegiendo la masa muscular y reduciendo el consumo de energía; esto es clave no solo para llevar una vida sana, pero además para procurar un envejecimiento digno, con movilidad adecuada, libre de enfermedades degenerativas, de síndrome metabólico, depresión e incluso un menor riego de enfermedades como Parkinson o Alzheimer (Wade et al., 2019; Bakian et al., 2020; Zhang et al., 2021). A pesar de todas las bondades que tiene la carne de cerdo, existen muchas voces cuestionando su impacto ambiental, basándose en argumentos falaces y con un trasfondo de intereses comerciales. Por esta razón, es relevante difundir el conocimiento científico y permitir que las personas tomen decisiones basadas en hechos y no en opiniones pagadas por entidades obscuras. Como se argumentó durante la COP26 (Conferencia de las Partes de la Convención de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático número 26), realizada hace unos meses en Glasgow, Reino Unido, el cambio climático es una realidad que debe ser enfrentada de manera urgente mediante la participación de Gobiernos, Empresas y la Sociedad Civil.
El compromiso de la Sociedad Global es crítico para lograr una economía neutra en carbono. Por ende, es relevante entender de donde viene la producción de gases de efecto invernadero, para entonces poder comprometernos en su reducción. Por ejemplo, según el inventario de producción de gases de efecto invernadero producidos en Estados Unidos, que es publicado por la EPA (la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos (https://www.epa.gov/ghgemissions/inven tory-us-greenhouse-gas-emissions-andsinks), más del 80% de los gases que se producen están relacionados con el transporte (29%), la producción de electricidad (25%) y la industria (23%); el siguiente sector que más gases produce son las actividades asociadas a la vivienda y el comercio (13%) y finalmente la producción agropecuaria con el 9%. De estos, la producción agrícola es responsable del 6%, mientras que la producción pecuaria (la producción de animales) solo corresponde con el 3% restante. A diferencia de lo reportado por la EPA, la FAO (FAO, 2018) reporta que, a nivel global, las emisiones de gases efecto invernadero producidas por el sector agropecuario suman más 7,100 millones de CO2e (equivalentes de CO2), lo que representa el 14.5% de las emisiones generadas por los humanos. Las cadenas de producción de carne de cerdo en el mundo generan 700 millones de toneladas de CO2e al año, lo que equivale al 9% de las emisiones del sector agropecuario. Esto implica que la porcicultura moderna, cuando tiene altos estándares de tecnificación y eficiencia, es una de las formas más sustentables de alimentar a la población, ya que con tan solo el 1.3% de las emisiones globales de CO2e, la porcicultura aporta más del 37% de la carne que alimenta al mundo. Contrario a lo que mucha gente imagina, en la porcicultura tecnificada, la principal generación de gases de efecto invernadero (60%) se crean a raíz de la producción de alimento para los cerdos, principalmente soya y maíz. Esto sucede porque los cultivos inducen el cambio de uso de suelo (por ejemplo, al destruir bosques amazónicos para sembrar soya), otra parte se deriva del uso de fertilizantes ya sean químicos u orgánicos; y otra se asocia a todos los manejos requeridos antes de que sean consumidos por los animales (cosecha, transporte, procesos, manufactura, etc.). Después del alimento, la segunda causa más relevante de producción de gases de efecto invernadero es el manejo del estiércol (27.4%), del cual una parte es metano generado en los sistemas anaerobios de almacenado (19.2%), y la otra parte es generada como óxido nítrico (8.2%). Los gases restantes (13%) se derivan de actividades diversas en las que ocurre un gasto de energía. Las actividades más relevantes son las que ocurren después de la granja, asociadas a los procesos y al transporte (5.7%). Este gasto de trasportación es en extremo relevante cuando la carne y otros tipos de alimentos deben recorrer grandes distancias, pero es mínimo cuando se consume local. Finalmente, el resto de las emisiones de carbono son asociadas a la granja representan un consumo bajo de energía (3.5%).